poemas

 


                                                                                                           


                                                                Julio de 2021 (fotos)
EL ARCO DEL PATIO

Esta vez la luna se 
hasta posarse detrás del arco
que los árboles han formado en el patio,
allí deposita sus labios desnudos
y giran en torno a la no
con un aliento cansado
de compañera leal, que siempre acude a su cita.
Un límite de agua y especias vaga por los puen
bajando a un punto sin retorno con su carga ancestral.
No imagino singladuras a la der
ni adalides para el destierro
deshojando un otoño sin ocres. 
                                                           De Iris                                                   

                                                               Ronda, enero 2019 (foto)
                            
         HORAS Y DÍAS
 Se desploma la noche, cuando el viento ulula
entre hoces invisibles y un vértigo antiguo crece
al ritmo del tiempo,
escalando el muro de los equinocc
hasta desplomarse en el índice extremo que abre la llaga.
En lejanía oscilan péndulos, amortiguando
el intenso pulso de los sentido
hasta depositar su rastro de umbelas en el origen del agua 
La grama duerme su estertor en la periferia del barro,
inoculando el arbitrario rumbo de sextantes.
Desasistidas las palabras han incubado
el ardor extremo de su herencia
en  los leños que se consumen.
Las ramas ostebtaron su vigor
en el improvisado marco del viento,
deshojando hebras de intemperie,
resisiténdose a a desvelar su erosión
al embate de la furia de los elementos 
quer amedrantan rocas y tuberas.

Entre las manos se nos escapará el embrión
del tiempo, síbntesis de todos los momentos.
El mar conmuta su paisaje ante el espasmo de las olas
que transforman la orilla, apaciguando sístoles,
en intactos rizomas que aguardan su nacencia
donde converge el yodo y el mirto
en pulsos erráticos que han de trascender.

En la periferia de la umbría almenta el agua su acento,
con voces antiguas , amamantadas de témpano
en el óxido de su pasado,
licuando riberas espesas que se adentran en la médula
de las conchas , ocuklto ostracismo,
para extender su simiente sobre el retorno,
cuna de los allegados, donde la hierba siempre sumisa
heredará el habitat de los ancestros,
arcilla inoculada por el vientre del agua ,
única cuenca de todos los brotes
donde nace y termina el ciclo de los tiempos.
 
                                                                 Del libro Espacios oblicuos. 
                                        

PREÁMBULO DE TORMENTA


La soledad ha filtrado su presencia.
El eco del tiempo merodea entre los árboles
y su gris distancia oscila
entre el sueño y la penumbra.
Inició su singladura a través del tiempo
al iniciarse la tormenta.

Un denso oleaje hace doblegarse al viento
desde la ambarina luz del ocaso.


Así hubo de ser tañido el umbral del sielncio,
inserto en unívoca presencia
que brinda soledad.

                                      De Cáliz amaranto






LA OTRA ORILLA


Imantado de luna se estremece el viento
desde el ramaje que se dislumbra con el alba.


Es cómplice la sombra, sobrevolando los avatares
de la oscuridad.


En la otra orilla los astros oscilan.


No hubo viento capaz de penetrar la más extensa quietud.
Esféricos oleajes que deambulan nos trajeron
el canto de maitines esbozando sus primeras notas desde la diáfana claridad de un templo sin muros.


La noche suele entonar sus partituras
al escuchar la voz del rezo.


                                     De Cáliz amaranto




ÁNGELES

La sola voz del ángel azul
germinó el réquiem
que hubo de quedar tapizando
el hueco de la luz.

Y una esfera de arabescos delimitó
la realidad de algunos iniciados
que hubieron de auspiciar
la profecía
en los pasos que preceden
a la hora del declive.

Acaso hubo un néctar imposible
adherido a la carne
para mostrar la luminaria de los espejos
que desafía el cerco del agua
o la médula del tiempo,
anclada junto a lagunas extensas
donde se rinden las venas
y pulula la nave del céfiro
en el júbilo del retorno.


                                  De  Ángeles del desierto. 2007



ÁNGELES CROMADOS

 Ángeles que quiebran su dolor en la noche
agonizando en el aliento de la tormenta,
urdiendo sobre los montes
encubiertas rendijas
veladas por la luz, que se desplaza;
si acaso el aceite de las lámparas
fuese rumor de vigilia
o vértigo de sombras
que cruzan en solitario el vacío de naves,
aluvión de muérdago que se precipita
sobre el desaliento de alondras
circundando el humus
más antiguo
o el rigor de los años
anegando las gargantas con el óxido
que perfila su eco trasnochado.
                  
                  *

Ángeles custodios permanecerán
en dilatante espera
tornando su mirada
hacia la ausencia que sólo presagia vacío.


Ángeles dorados imantaron el ocaso
con su núbil acento,
acercando el eco de sus alas
más allá de los altares.

                                               De Ángeles del desierto. 2007



ÁNGELES DEL DESIERTO

Aquella luz perdida en la arena
fue trasladada por ángeles
hasta el brocal del pozo
y fue céfiro, el agua que brotó
para calmar la sed del que camina.

Más allá de las estrellas
se rinde la noche del acero.
cuando la menta se vuelve ajena.

A veces acude el ángel de pies descalzos
y deja su huella en los surcos;
con sus plantas de otoño vivaz
precipita
el espejismo de la lluvia,
faz luminosa de extensos cuencos
que inunda poblados
y extiende círculos
en cordeles de añil y cíngulos,
que siembran el néctar de muchas tardes.

Llegará la sombra ajada de tiempo,
salpicando sobre la arena
el almizcle de su perfume
y las dunas recuperarán
la voz de los lagos,
en una insólita letanía.

El brío de gacelas fue conducido
hasta los cántaros que aguardaban el regreso
de ángeles exhaustos de calima.

Todo el azahar se vuelve agua
bajo las plantas del amanecer,
núbil firmamento en espera de alas
que turbarán el viento
y ceñirán las sendas.



El ámbar se nutre de luz
y el caminante reposa
cerca del manantial,
húmedo cuenco
a la sombra de palmeras.

El fulgor de las estrellas
contemplará oasis de templanza,
germen de todas las palabras
que acuñan compartir la mirada.

Si en los labios se depositan racimos de almíbar,
cabalgarán los jinetes de la arena
esparciendo la fruta del sustento,
baraka que colma cántaros de sed

cuando los ángeles del desierto hayan descendido
para hacer sus ofrendas.



                                                     De Ángeles del desierto. 2007

                                               ( poema que da título al libro )





 
                                                                               Semilla sobre las olas
                                                                            Paloma Fernández Gomá