martes, 27 de febrero de 2018

Me siento sumamente honrada por el poema que me  ha dedicado el escritor y poeta marroquí Mohamed Bouissef, es todo un homenaje de sentimientos a los que me siempre me  he sentido muy unida en mi larga trayectoria de afecto y literatura hacia Marruecos. La cultura entendida y consolidada desde el afecto y la  mutua comprensión ha sido la premisa que me ha acompañado siempre y en todo momento en mi actividad literaria, de ahí mi enorme satisfacción al leer este poema  tan humano y lleno  de  sensibilidad hacia la  ciudad de Tetuán, donde se puede leer la cita de mi  poema "Tamuda" dedicado a Tetuán y aparecido en el  libro Espacios oblicuos. 




Tetuán

A mi querida amiga Paloma FernándezGomá, poeta.
Tetuán se rodea de murallas y jardines
ante los ojos del tiempo
P. Fernández Gomá, “Tamuda” de Espacios oblicuos


Tetuán, mi primera palabra.
Nazarí de pura cepa entre dos altas y
majestuosas cimas, faldas de olorosas
plantas que trepan hacia la cumbre y
que la hacen más rociada y lúcida.
Espacio añejo de nuestro norte,
regado de alegres y eternas fuentes
que dan vida y recuerdan el movimiento
de los periodos ya sucedidos. Añorados.  
Las miradas vadean el río y alcanzan los
libres prados para descubrir el aliento
que alimenta la  ciudad y a su gente.
Simulé amarla por creer que no la codiciaba,
por considerar que no me conmovía;
pero su calor desveló mi amor por ella
y ya no hay manera de que no la pretenda.   
Sus fanales enfocan aves y verdor
esperando el arca de las miradas ansiosas
para determinar, cultamente, su belleza.
Todos los habitantes ven pasar a tu eterno
hijo y nadie se fija que observa cada uno de 
tus cobijos donde triscan alegres gatos y
trinan, jubilosos, miles de coloridos pájaros;
cuando el alma sube para libar miel en
el seno de un aire depurado y selecto.
Ahí, día y noche, fluye música gracias al
revoloteo de las blancas palomas y al      
susurro perpetuo de las aguas gobernadas,
que no se extinguen en la vida.
La fría sombra de tus bellas callejuelas
apaciguan el calor que corretea por el aire.
Los almuecines llaman a la oración
cuando los niños flotan y un balón
juguetón se esmera en pintar tu muralla
con su perenne y redonda  huella.
Los creyentes, de viejos fundamentos,
cruzan la larga travesía dejando un
reguero azul que tu hijo pesa con la vista,
para expresar, a escondidas, la edad
de cada uno, que cruje al ser desvelada;
es lo que guardan con recelo tras las celosías.
Tu hijo equilibra tus travesías anudadas
para desenredar el misterio del tiempo
que te ha surcado sin disgustar a nadie.
Muchos son los que han entonado
tus perdurables y orgullosas beldades.
Tu hijo, anclado en el Gorgues, se complace
en ver desfilar la vida de tus habitantes.
Tanto tus originarios, que te conocen,
como los numerosos visitantes
que se acercan y que, tiempo
después, regresan a tus manos
hechizados por tus encantos,
se explayan para entonar las canciones
que explican tu noble embrujo.
Es agrado que se pasea por las arterias,
asiéndose a la belleza eterna que ofreces.
El tiempo en sí es un remolino de hojas
que revolotean entre las dos cumbres.
Tu hijo, de tanto quererte, pierde
las palabras justas para satisfacerte;
abandonado a su destino, no
puede exteriorizar tu gracia única,
ni descubrir tus fibras más floridas.
Guarda  la ilusión de leer en las baladas
de tus otros amantes -que ellos sí consiguen,
muy versados en el manejo de la lengua-,
las palabras que atinan a decir cuán bella eres,
cómo cautivas a los que te contemplan,
cómo brota el amor en cada morada
de las manos de los vientos boreales,
que llegan vivificados por el eterno rey.
En Tetuán tu hijo apetece sol y aire y
ve la llegada de la felicidad más intensa
al sentir en sus carnes todo tu frenesí.
Junto a esas canciones, tu retoño admite;
siente que sus entrañas se agitan
y sus tendencias se asombran al averiguar
en otros lo que conoce y no puede exponer;
al ver descritos calles, casas, árboles,
que diariamente percibe y no alcanza
a vanagloriar tanto como se merece.
El viento marino, cercano, reparador,
penetra por el pasillo y apaga el fuego
que roe el alma de quien te quiere.
Tu hijo te ha visto lluviosa,
te ha admirado bañada por el sol,
ha oído el trinar de tus pájaros
y se ha encandilado ante tu luna
en las canciones de los poetas que te aman.
¿Qué puede darte para lograrte?
¿Es justo que se quede observando
mientras otros ofrecen ramos escogidos?
¿Qué palabras rebuscar para compensar
la divinidad que brindas?
Todo lo paradisíaco lo han esgrimido,
y ya la lengua constreñida deja un vacío
que tu hijo, por desconocimiento,
es posible que sea por incapacidad,
no puede seguir exprimiendo porque ve
que en tus alfombras floridas revive el tiempo
y que se establece todo el Espacio en el lugar,
dejándolo a él al margen de la creación.
En sus canciones, los poetas exponen
de manera agraciada y con cariño,
tus maravillosas torres, tus admirables
recursos, tus cafetines, la hierbabuena,
el té sublime que tarda en prepararse y
en consumirse como condición del mesero;
empleado que pretende, con paciencia,
ofrecer dulces caricias  “a la menta”
bajo tu apacible mirada de reina.
En sus baladas, los bardos, instruyen
sobre tus amaneceres y tus ocasos,
tus días y tus noches de ensueño;
tus excelentes y fascinantes olores naturales;
muestran tus dos cumbres, coronas
de reina inmortal en el aire que te labra;
muestran tu brizo entre las dos montañas
mecido por la fresca brisa del Mediterráneo;
entonan tus estaciones, ciclos del amor humano,
que tienen un programa, desconocido más allá.
Hablan de tus eternas puertas, de tu muralla,
de tu gente maravillosa que revive el pasado
en el presente, con toda naturalidad.
Describen tus enérgicos portones arqueados
y las calles empedradas que guían hasta
la salida por cada una de las siete puertas.
Tu hijo reconoce una existencia escurrida entre
los dedos y cuida de que no aparezca
el hombre apagado. Asfixiado. Dominado.
Tus secretos sufren el peso de cada día
que sin solemnidad pretenden abrirse
al mundo que sin parar gira y brinda, esperando
el día en que, a tu hijo, le den la palabra.
El continuo rumor de las calles lo deja gozoso,
alegre, como acequias con agua, al campesino.
¿Qué decir de Tetuán que el rapsoda no haya dicho?
Tu hijo se siente rendido, sí, no por eso deja de amarte;
no por eso se va a ir a pique ni convertir en zaino.
Apetitos insatisfechos cubiertos por juicios
que indican la ceniza que somos y seremos.
Al borde del crepúsculo, tu hijo piensa
en el maná que debe amasar para seguir
queriéndote a pesar de su pronta oscuridad;
los años pasan y no perdonan a nadie
que se para en la punta del año y sueña.
Recluido en su baúl del futuro, tu hijo
intenta alejarse de las angustias que lo recluyen.
Necesita tus ráfagas de viento que no blande,
pero es feliz estando dentro, oscilando como
hoja caída al roce de tu ventisca, recibiendo
tu luz que pinta de principal pasión el alma
y marca el camino que hay que recorrer
cuando estemos más allá de la vida.   
Tendida la red, la araña se pasea de naranjo
a naranjo, escudriñando la noche cantarina,
a la espera de una aureola incitante
que ilumine su tejer y avive su ansia
de conocer la ciudad como se debe.
Su inagotable esperar no desespera, ya
que atrapa la esencia de la vida en sus redes.
Mi cuerpo despierta en su piel por las calles,
donde todo existe para contemplarla,
encaramado en la corona de su viento.
Quisiera, como quien respira, idear
una pasión especial para ella.
Mi  última palabra: Tetuán.  

Por Mohamed Bouissef Rekab
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Biografía muy breve del  escritor Mohamed Bouissef:

Mohamed BouissefRekab nace en Tetuán, Marruecos, el 20 de diciembre de 1948. Es hijo de padre marroquí y de madre española. Su infancia transcurre en el campo, siendo pastor junto a su hermano Driss; sus primeros estudios en un colegio francés.

En 1969 se traslada a Rabat para empezar Filología Hispánica, que finaliza en 1973; a principios de 1976 se traslada a Madrid para continuar con sus estudios de doctorado, que compaginó con un trabajo de profesor titular de español en el Instituto MulayYúsef de Rabat. Lee su Tesis en 1983.
De 1984  a 2005 es profesor titular en la Universidad de Tetuán.
A partir de 2007 es profesor tutor de la UNED con Venia Docendi. Un infarto le ha obligado a dejar su trabajo de docencia. Ha escrito cuentos, novelas, poesía y numerosos estudios.
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Este poema será publicado en el  próximo  número  matriz de la revista Dos Orillas http://www.revistadoosorillas.com
Estrecho de Gibraltar


  

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