sábado, 18 de junio de 2016


RESEÑA DEL LIBRO ESPACIOS OBLICUOS
Publicado en FOCO SUR  (Almería) por Pilar Quirossa Cheyrouze

ESPACIO LITERARIO

“Espacios oblicuos”. Paloma Fernández Gomá. Devenir Poesía. Número 266. Madrid, 2015.

Paloma Fernández Gomá, poeta madrileña afincada en Algeciras desde 1969, autora de los libros de poesía “Sonata floral” (Premio de Poesía Victoria Kent, 1999), “Senderos de Sirio”, Cáliz amaranto”, finalista del premio Andalucía de la Crítica 2005, “Desde el alféizar”, “Ángeles del desierto”  “Acercando orillas”, entre otros, se sumerge en estos “Espacios oblicuos”, poemario editado por Devenir, donde perviven los claroscuros del tiempo y el paso de las estaciones. La naturaleza cromática marca un rumbo definido a través de posos de silencios, donde deja su estela la existencia. Ritos iniciáticos y apuntes de levedad van convidando al caminante a conocer el juego imperioso de los sentidos. Dos orillas elevadas en el canto de la tierra, discurriendo por la senda del agua, donde “languidece, en lentitud, la extrema oquedad de las piedras”, dando carta blanca a amplios avatares de cimitarras y estandartes, de leyendas y piélagos atravesados por valles, brisas, llanuras y mareas, donde el aire reclama la ascensión de una luz redentora y la noche se hace eterna para recibir pulsiones y mensajes. Preguntas que atraviesan la materia primigenia, cuando se sabe que es preciso rescatar el verbo necesario, pese a que “dormirá su futuro en el limo/ vacío de aliento/ sumido en la derrota”. Caminos que atraviesan un sendero donde la palabra emerge y se convierte en antesala de claridad, cuando “una voz amasada de fragmentos ciñe la singladura”, un eco circular para el navío que atraviesa los cauces que le llevan a su destino, donde el ángel se perpetúa en referente de esperanza, donde las siete puertas de la medina tetuaní establecen el canto y la nostalgia en el devenir de los días, amparados por la lluvia, entre presagios y atardeceres. La intensa geografía de Tánger, Chaouen, Larache, “la paz de las sendas vaticinan/ el regreso de los cántaros ya colmados/ hacia la sombra que aguarda en el poblado”. Mientras navegamos hacia la otra orilla, el puerto de Algeciras, donde aparecen “traíñas cruzando la bocana”. Y la tierra nos recorre con imágenes llenas de intensidad, vareando almendras, junto a un campo de cerezos, “siempre el ayer,/ se vuelve presente/ envuelto en lluvia de abismos”, junto al roble envejecido y machadiano, dilatando el momento de reconstruir esa memoria deshabitada que se llena de repente, renovándose en medio de la nada, a pesar del insomnio de las horas, a pesar del miedo a lo ignoto, “y de nuevo la noche/ y su eco de eternidad”, el regreso al origen, crisol de olas tras las huellas de la vida, más allá de la erosión del tiempo, del desplome de la realidad y el vértigo de los días, resquicios que queman como la lumbre y se internan por la intrahistoria de las horas, las que no regresan, cuando sabemos que “el magma es plegaria/ que conduce el fuego hacia su exterminio”. Esperando que regrese, renovada y clemente, la luz del alba.

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