martes, 10 de noviembre de 2015

                             

En la librería Diwan, en Madrid y acompañada de Ángeles Ramírez, Leonor Merino,  Mohamed  Dahiri y José Francisco Romero, tuve la magnífica ocasión de presentar  Espacios oblicuos  junto a personas entrañables que escucharon tanto  mis versos como los de  Francisco   Romero,  de  la voz cálida de Leonor Merino. Tuve así,  la suerte  de conocer a un compañero que se iniciaba  en las lides de la poesía.
La tarde  se  presentaba lluviosa, pero las sonrisas poéticas y cómplices de Julia Gallo  y Marta, junto a poetas venidos de Alcalá  de  Henares, me prestaron todo  el apoyo necesario  para solventar  ese frío  del inicio del  otoño madrileño.
Versos de Espacios oblicuos,  versos  que  convergen en una esfera de afecto, de  miradas que se citan para dilatar tanto aquello que se  encuentra lejano como lo que consideramos  cercano y que se nos escapa de las  manos;  para hilvanar una  senda de  reconciliación con nosotros mismos y con   nuestros semejantes, donde  el  hombre  busque al hombre  y encuentre el mensaje de su trayectoria a través del tiempo  y del espacio,  donde todos los horizontes convergen y hablan una sola lengua.
También estuvo a mi  lado Francisco Cubillas, que lleva compartiendo vivencias junto a  mí, cerca de cuarenta  años. Siempre supo decir las palabras  justas en el  momento debido. Sin él el recorrido por las letras y la vida no  tendría sentido.
Después sobrevinieron los ángeles: de azul, de la tarde, del ocaso, del  alba y con su silencio implícito redactaron los versos que había escrito; y que  hoy tenía la oportunidad de leer en este Diwan único de mestizaje universal que desde Madrid se abre al mundo:  GRACIAS,
Pero mi agradecimiento no sería completo si no dejara escritas para  ustedes las palabras, bellas y sonoras palabras, que pronunciara para este evento  la doctora, arabista y escritora Leonor Merino.

A VECES… POETA:
Paloma Fernández Gomá 
Leonor Merino: Drª Universidad Autónoma, escritora, traductora
¿Quien desespera, duda, ama, abdica, teme por su libertad, está dispuesto a sucumbir ante la Poesía?
¿Se es escritora o escritor a condición de ser poeta?
La Poesía aparece cada vez que el ser humano invoca al poder situado más allá de los límites, de su comprensión.
Se afirma como desafío permanente, desafío soberano: anhela, nada menos, que la re-creación del universo, reemplaza a lo que se le opone, pero lo integra a la vez, lo re-concilia, lo re-valoriza, en un encuentro con uno mismo y con el mundo.

Tejida de matemática, de fulgurantes instantes meditados, se brinda al oficio exigente y puntual: ¿de seis sílabas, de nueve sílabas o de…? Pero, que no se venden por…: Nada.
Magia, misterio, también secreción, catálisis verbal y de laboratorio: estela de batallas de sílabas que se reabsorben en la página escrita: Diálogo entre el Yo y el Otro.
Síntesis en la que se encuentra una ética, una filosofía y una metafísica, garantía de universalidad.
El poema escoge su objeto: un atributo cósmico, como la lluvia, el viento, la nieve o una disposición del alma, como el exilio, el amor o el desamor.
El poema abraza su objeto y traduce lo que no está; acepta con serenidad su servidumbre.
El poema espera un tiempo, en el deseo de convertirse en música, flauta plañidera o gozosa del ser.
En su seducción –prosodia, verso libre, en fin, música–, se taracea lo maravilloso y una cierta dosis de verdad o de persuasión –inconsciente o consciente–, que aporta al lector una revelación de orden superior a la que, sin querer, no opone resistencia.
Intenta evocar en el lector, cualquiera que sea el medio elegido y aún cuando los versos sean o no armoniosos, esa sensación que la música ha revelado, esa música que el poeta considera que detenta el poder mágico de suscitar ciertos estados del alma.
A veces… –Paloma, poeta–, su regla métrica, desapercibida, se desliza en ola –serena o tempestuosa–, desdeñando, aparentemente, su propia fundación.
A veces… –poeta–, la sintaxis se libera, “olvida” la militar puntuación y reina la respiración, sístole/diástole, movimiento peristáltico, ondas cerebrales, en una emoción re-avivada.
A veces…, las conjunciones, pueden señalar la prolongación de otra respiración, de una inspiración, que tienen su fuente más allá del poema y de su presencia visible.
A veces…, el poema se balancea, ante un ritmo rápido, con la música de la interjección.
A veces…, nacen diálogos, que no son más que monólogos entrecortados.
A veces…, el desdoblamiento o la desaparición aumenta aún más la distancia entre lo escrito y leído.
A veces…, como en el sueño, se contempla cómo alcanzan vida los versos.
A veces…, el poeta debe ser traductor, descifrador.
A veces…, descendiendo a la arena de la creación, asume su papel de eslabón, sin jamás ser intérprete: comunica, no elucida, compone, re-compone, duda, se afirma, se desdobla, se refugia en las líneas escritas, para abandonarlas, para volar, rejuvenecido –tal vez envejecido.
Movimiento, desdoblamiento, que atañe al cosmos, a la ameba, al poema, al ser humano, al planeta invisible, al agua, al sol, a la palabra creada, in-creada, a punto de nacer.
A medida que escribe –descubriendo ese hilo imperceptible entre el mundo material y espiritual–, la poeta: Paloma Fernández Gomá inventa su universo, su expresión, pensando en el lector para hacerse comprender.
Pero, también, para escapar –como guadiana– a la metamorfosis verbal, de la que es espectador distante: camaleón camuflado, gacela huida, potrillo retozón, áspid silbante, en la foresta de la vida.
Y, como en Gérard de Nerval: “Yo soy el otro” que repite, más tarde, Arthur Rimbaud: “Yo es Otro”.
Esa expresión inconsciente de que alguien habla por medio de tu boca:
“Yo” puede ser “tú” o puede ser “lo otro”, lo que conoce o desconoce y que, en la proyección de esa subjetividad de la persona, el poeta abarca.
Sí, a veces, estimado público…, a veces…, la Poeta.
Así, voy dando cobijo a los versos de Paloma Fernández Gomá, quien, en los pasados días de primavera de la Feria del Libro de Madrid, me pidió que los compartiera con mi mirada.
Tres partes diferenciadas componen tu Poemario, Espacios oblicuos.
Tus primeros poemas de mayor extensión, estructura barroca, poesía y prosa, como puente frágil y fecundo, sílabas migratorias acunadas, epopeya, mitos, oráculos, palimsesto, una y otra vez por reescribir…
A la página escrita, corresponde un yo diferente que se enlaza con un pasado en un devenir inscrito en el presente, bajo el velo de símbolos.
Porque el mundo, no es una serie de lienzos bien ordenados, más bien es un montón de manchas confusas. Y su misterio se debe a que no reside en algo que se esconde, sino en el secreto que se ignora, en el fuego que no prende, en la imagen que busca su forma: eso lo sabe, Paloma.
Así, la historia es parecida a una galería donde se renuevan y agotan todos los destinos imaginables, tras “La senda del agua”: “el recuerdo se hace orilla/de naranjos donde fluye el agua” –Ay, como el agua. Ay, como el agua. Como el agua: se desgarra Camarón.
Sigue, en tu Poemario, la presencia del ángel, anunciado ya en Cenital y en Caminos convergentes. Pero, yo diría que esa presencia “angelical” vela en la comisura de cada una de tus líneas –largas, cortas, como vaivén de oleaje…
Es indispensable que el poema sea el lugar donde el poeta proclame su lucidez y que el ángel pueda ser un atributo del poeta, que el poeta se desencarne y se reencarne alternativa y simultáneamente en el poema y en el ángel.
Así, esos frescos son seis poemas de ángeles, un poema de la poeta, un poema del poema y una suma de todos esos ángeles que, incluso inmóviles, parecen rozar el silencio, como para incitarlo a revelarse en acordes.
El ángel simbólico, ofrecido a la contemplación, se afirma en su multiplicidad. Pero en calidad de ángel es, a un mismo tiempo, irremplazable y a la vez equívoco. Así aprehendido o con alas desplegadas, en su definición, resucita en nuestra memoria –ángel pintado– y, por lo tanto, permanece inmóvil en el Tiempo, en el Espacio.
Poco después, tú, tejedora, verso a verso –como diría Machado– en esa consciencia, primero difusa, te vas constituyendo como materia de aproximación: diario de la propia escritura intimista, cavilaciones, analepsis de lo vivido durante el día, deseando formar parte de un diario nocturno: “el regreso de los cántaros ya colmados/hacia la sombra que aguarda en el poblado”, cuando “el candil, ya ha claudicado” o “cuando el ocaso/cierne su luz sobre la playa”.
Y llegan, ante mis pupilas, esas ciudades marroquíes por ti esbozadas:
Tánger (la antigua Tingis), Tetuán y sus “puertas” –con aldabas de cobre que, como Nizar Kabbani, yo pre-siento–, Tamuda, Fez, Larache, Chaouen, Algeciras.
Entonces…, permite mi ensueño…, de la mano de tu tonada:
… A la cuarta llamada del almuédano, el sol –llameante cometa– se cuela a través de los vanos de ventanas y celosías: naranja sobre azul blanco. Su luz ya cenital, escurriéndose por “adoquines y puertas” de las casas moriscas, enmarañadas.
Sigue mi ensueño…, acunado por tu dulce errancia, Paloma:
Ciudades como pasillos: callejuelas –¡tan estrechas!–, cubiertas por techos de estera trenzada de arabescos, iluminadas por lámparas borrosas que recortan sombras azuladas: “oscura claridad de la media noche”.
A lo lejos, al horizonte: el mar, en bruma temblorosa, al fondo de una larga bahía, “mientras, la ruta de estrellas inicia su camino/incendiando la noche a su paso”.
Atrás quedó el “Zoco”, donde cohabitan luz, olor, sonido y color: “múltiples recovecos conducen al centro”, a la halqa -círculo: pulmón y espejo de una colectividad- que rodea al narrador de historias, figura geométrica cerrada, como gran serpiente pitón, abrazando a la tierra, impidiendo la expulsión de aquello que contiene: voces polifónicas, movimientos contrarios y oblicuos.
Cobran vida los Cerezos, “cubriendo de bonanza el horizonte”, y las Almendras vareadas como “lluvia”, y el Roble Envejecido “entre hojas mortecinas” donde, tal vez, no anide nunca más la Cigüeña, “junto a su cría”.
Solo se escucha ya, el crepitar de las pavesas y la luciente matriz de la madre-mar, donde Djebel Tariq –Peñón de Gibraltar– vigila a África, “donde nace y termina el ciclo de los tiempos”: broche carmesí que adorna, Paloma, tu Poemario, en un eterno abrazo hacia el Otro.
En este mundo, donde el átomo, el uranio y el petróleo son ídolos, se olvida al Poeta. ¿No habrá, entonces, que elevar un poco más el tono de alarma?
Si el alma humana aspira a lo candente y puro, ante los hábitos de una sociedad masificada que camina “hacia la estancia de Caronte” para Paloma Fernández Gomá: yo, te acojo.
Y, como el musulmán cuando brinda té, café o dátiles, al viajero, tú estás conmigo, en el rebozo, en el nudo, de mi ternura.
He presentado a una Poeta que os convoca para escuchar la plegaria de sus palabras, que os invita a aprehender, bajo su velo, un sentido escondido pero esencial: el sentido más allá de los sentidos.


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