sábado, 23 de junio de 2012


 Página: La voz de las orillas - Autores  


Difundir su obra es el mejor homenaje.




DOLORES DE LA FE

(Las Palmas de Gran Canaria, 1921- 2012)



Lola De la Fe fue una escritora multifacética que desarrolló su talento en una gran variedad de modalidades literarias: la viñeta de tonalidad lírica, la estampa de costumbres, la columna, la crónica periodística y el texto narrativo. Como alumna de Bachillerato del Instituto Pérez Galdós, en 1932 colaboró en la redacción de una revista con su amiga Carmen Laforet. Sin embargo, el reconocimiento de su obra Tiempo en sepia, Premio Ángel Guerra de Novela de la Villa de Teguise, fue el comienzo de su vasta actividad literaria y periodística. Una serie de títulos avalan su trabajo: Ignacia de Lara, La Saga de los Miller, Víctor Doreste (Biografía), Happening para Jacob, El Mirador, Las Palmas casi ayer y Médium. En 2010, con Teresa Iturriaga, publica Revuelto de isleñas, una colección de relatos cuya temática aborda la relación entre la escritura y la cocina. En estos momentos, ambas autoras preparaban la edición de un libro de relatos titulado En la ciudad sin puertas.


 

COLECCIÓN DE RELATOS


Del libro REVUELTO DE ISLEÑAS

FUNDACIÓN CANARIA MAPFRE GUANARTEME, 2010.
© De los relatos: Dolores De la Fe y Teresa Iturriaga Osa
© De las ilustraciones y portada: Sira Ascanio




                                RELATO DE DOLORES DE LA FE


          CULINARIA DESDE DISTINTOS PUNTOS DE VISTA

        Cuando Mariele se enamoró de Hansi, el alemán más guapo que, de momento al menos, se movía incombustible por la pequeña sociedad de aquel entonces, fue un enamoramiento fulminante, telúrico, podría decirse. Un flechazo de proporciones extrasensoriales, ultrahumanas, vamos, de Primera División. Eso provocó al mismo tiempo que Hansi dejara de ser incombustible: pasó a arder en la misma llama.

       Lo curioso fue que la magnitud del mutuo flechazo llegó a rozar, increíble, a las amigas de toda la vida. No es que surgiera el flechazo amoroso en todas ellas, ¡no, por Dios, qué horror!, sino que en aquel mismo instante de producirse el disparo clásicamente consabido de la flecha lanzada por Cupido, las amigas, cada una en sus ocupaciones (Pepi cocinando spaghetti; Loli aplicándose su esperanzadora crema de día; Chita suspirando a solas en la oficina, soñando con los Carnavales; etc. etc.), sintieron un misterioso estremecimiento que las paralizó sin acertar a explicarse qué había pasado. De haber existido una escala de Richter para estas extrañas cosas del amor, el número marcado hubiera superado el cien.

        Tratándose de un alemán de pura cepa, tras los primeros e inefables procedimientos usuales en una pareja enamorada ardientemente, Hansi pasó a preparar las bases de un feliz futuro que se suponía inmediato, es decir, empezó a hablar de boda. Igual hubiera podido ponerse a hablar de estudiar Astronomía o Ciencias del Más Allá, porque para Mariela todo sonaba igual, es decir, todo lo que emitiera la boca de Hansi le sonaba a gloria pura.

        Así fue como la familia de ella se vio implicada en menesteres hasta entonces innecesarios (como por ejemplo, pasaporte, ropa de abrigo…), porque Hansi, que aparte de guapo disponía de un status económicamente poderoso (además de familia en su Alemania natal), había decidido que Mariele asistiera en ese país a un curso Culinario que le garantizara un futuro gastronómico también de Primera División. Sobre todo, repostería o, concretando, tartas de manzana.

        Los respectivos teléfonos sirvieron, una vez más, de vasos comunicantes para las amigas de toda la vida. Gozaron un sinfín de días del indiscutible poder de la comunicación, del intercambio de opiniones, envidias, porqués… aún latía, invisible pero persistente, aquella misteriosa vibración.

        Pepi, poniendo el horno a 250 grados, marcó 15 minutos en el avisador del tiempo. Se lavó las manos y se dirigió al teléfono del cuarto de estar, por el motivo de que así descansaría las piernas el cuarto de hora prefijado. De memoria se sabía el número de Loli, que respondió casi instantáneamente.

        Pepi, reconocida cocinera y amante de la Culinaria desde que su madre, años ha, la enviciara en tales menesteres, comentó con Loli esa cosa maravillosa, fabulosa, increíble, que le había tocado en suerte a Mariele: ¡que el novio le pagara un viaje a Alemania para aprender cocina germánica!

        Loli, reconocida enemiga de cualquier tipo de cocina y no menos reconocida entre sus amigas por estar siempre, digamos, en números rojos, situación que le impedía realizar sus sueños de convertirse en una especie de Holandés Errante, guardó unos segundos de silencio al escuchar los comentarios de Pepi. Luego, replicó:

        -¿Sabes lo que te digo? Que si a mí me cayera un novio que me pagara una estancia en Alemania para que aprendiera a cocinar… ¡no volvería a verme el pelo en toda su vida!


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